El doctor en letras, profesor de la Universidad de Sevilla y poeta Rafel de Cózar analiza los Aerolitos de su paisano el poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory
Resulta ya innecesario, dado el reconocimiento que ha tenido en las últimas décadas la obra del gaditano Carlos Edmundo de Ory (1923), referirse a la originalidad de la misma, en su conjunto, tanto en prosa como en verso. Ya el movimiento Postismo, impulsado por él en 1945, significó una peculiar inmersión en las vanguardias cumpliendo los requisitos y con todos los ingredientes que no habían aportado los movimientos anteriores a la guerra, llegando a ser además el verdadero precedente de la posterior poesía experimental. La principal originalidad de este movimiento es que frente a los movimientos anteriores, Cubismo, Futurismo, Dadaísmo o el español Ultraísmo, que habían incidido sobre todo en las posibilidades visuales de la palabra, el Postismo habría en cambio el camino hacia la experimentación con la dimensión sonora, musical, es decir, a lo que luego se llamaría poesía fonética.
La evolución de la obra del poeta gaditano en las décadas siguientes es un proceso de ahondamiento sobre algunas de las claves primeras, cada vez más en una línea personal, difícil de equiparar en el contexto literario español, pasando por el introrrealismo y el Atelier de poésie ouverte, ya en Francia, a fines de los sesenta. No resulta extraño, en este sentido, que los primeros poetas experimentales, desde inicios de los sesenta, vieran en Ory al más cercano antecedente.
Aparte también del género del relato, dimensión fundamental para entender la obra de Ory, cabe destacar además dos facetas en las que, de nuevo, encontramos pocos ejemplos en la literatura española del siglo XX. Una de ellas es la del diario personal, en este caso una auténtica enciclopedia en varios tomos de notas, citas, datos, reflexiones, versos y sentencias, algunas muy breves, que nos ofrecen una auténtica dimensión histórica, del autor y de su tiempo. Esta fórmula del diario, hoy de moda, la desarrolló Ory desde el principio de su obra mediante una estructura nada usual, pues aunque podamos reconocer a veces impresiones personales, la óptica permanente no es la del yo real, sino la del yo poeta que defendía Baudelaire.
La otra dimensión fundamental, objeto de este breve trabajo, es la del llamado por Ory Aerolito, del que también se han publicado ya algunas colecciones.
Los aerolitos están entre la máxima, el aforismo, la greguería o la sentencia, en unos límites amplios en cuanto a temática y modo de concepción del texto, pero también en una línea de peculiaridad que nos hace reconocible casi siempre al autor. El género lo definía Novalis como polen, y Nietzsche como sentencias y dardos, lo que Coiran definió como pensamientos estrangulados . En el caso de Ory se entrevera en ellos a veces el humor, la ironía, el dolor, el genio y el ingenio, el juego de palabras, muy a menudo con detalles de una lógica (semántica o sonora) que resulta aplastante: Descarta a Descartes, Platón come plátanos, La gula que estrangula, Somos recuerdos: dos veces cuerdos.
El aerolito es generalmente breve, a veces una metáfora, a veces una cita de algún personaje histórico, poeta, filósofo, etc: Ojalá que el radium tenga un color bonito (Marie Curie), Yo es química (Jean Rostand) , El verano es para los oportunistas (H. D. Thoreau).
Son bastante frecuentes los que se centran en las definiciones: Los diamantes: gotas de sudor de Dios, La risa es la campanada del cuerpo, El tiempo es la respiración del espacio, Las palabras son el rubor del silencio, La vida son los guantes de la muerte, Venecia: cementerio mojado de besos. La palabra poeta es una falta de ortografía de Dios, El arpa es el gato de la música, La almohada es la flauta del sueño.
A veces aparece la visión personal: El silencio es una rosa seca en mi cabeza, El incendio del crepúsculo me hace sufrir y me miro al cuerpo lleno de llagas. ¿Son llagas o joyas, Oigo sirenas en la noche, luego existo, Que me entierren vestido de payaso, Rumias mías, ¡Maldito sea el día que morí!.
En muchos aerolitos, la lógica llevada al extremo es de donde surge lo sorprendente: Oh! Está tan débil que no podrá morir, Cuando estés dormido acuérdate de despertar, En boca abierta entran moscas. En todo caso, la acumulación de estas breves sentencias con sentido en sí, independientes unas de otras, van construyendo un tejido, una especie de mosaico abierto, diverso, en línea paralela con los diarios del poeta, donde también abundan los aerolitos.
No cabe duda de que esta estética de la condensación, que ya tuvo su tratamiento el en Modernismo, con su influencia oriental, así como en la vanguardia (recuérdese el interés por oriente de pintores? Kandinski, Paul Klee- y poetas?Los haikus de Juan José Tablada), parece observar de nuevo ahora un auge especial, por ejemplo con la creciente moda del microrrelato. La tradición de la máxima en todo caso es muy extensa, pero no cabe duda de que su ejercicio en la obra de Ory resulta bastante peculiar.
Rafael de Cózar
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