Las nuevas propuestas económicas recuperan conceptos casi olvidados, como los de colaboración, confianza y comunidad. Eso sí, para que surtan efecto hay que usarlos en estado puro. Adulterados, nos dejarán como estamos.
Nos encontramos en un proceso de cambio, en plena ‘transformación colaborativa’ que la llaman. Nuestra economía y nuestra sociedad tienen frente a frente la oportunidad de dejar a un lado los errores cometidos y avanzar hacia un futuro más eficiente, sostenible y, por qué no, humano.
Así la economía colaborativa nos propone compartir recursos infrautilizados (como la ropa que ya no usamos), liberar el conocimiento y la cultura (como esta revista, que funciona bajo una licencia Creative Commons) e incluso autofinanciarnos (crowdfunding).
En ese contexto, hay un término que emerge con fuerza y se presenta como condición indispensable para el triunfo del nuevo modelo, y ese es el de ‘comunidad’.
Plataformas hechas de personas
La mayoría de las iniciativas de economía colaborativa se apoyan en la tecnología, las plataformas digitales y las redes sociales. Sin embargo, lo que les da significado real, como a cualquier empresa o proyecto, son las personas que están detrás de ellas, las que las usan y se benefician de sus servicios. De ahí que se hable con frecuencia de la comunidad de usuarios de Blablacar, de la comunidad de consumidores de Wallapop, o de la comunidad de emprendedores y autónomos en los espacios de coworking.
La palabra comunidad tiene mucha fuerza, por eso se usa cada vez más. Le ocurre un poco como a innovación, explicaba Luis Tamayo ante una audiencia fascinada en su última visita a Badajoz. El sociólogo y Conector de Ouishare (la organización internacional para la promoción de la economía colaborativa) añadía: Nos evoca al pasado perdido de relaciones entre personas que se ayudan, que cooperan, y esto es una carencia, un deseo y un anhelo de la sociedad actual en la que la competitividad está puesta en primer plano.
Y es que, en cierta manera, el término comunidad se ha puesto de moda; tanto, que casi ha perdido su significado.
No en vano, con el inicio de las redes sociales pasamos del individualismo absoluto en que estábamos inmersos a una suerte de reconexión con el resto del universo. Pero el egocentrismo maquillado está lejos de la idea tradicional de comunidad: grupos cohesionados de personas, unidas por intereses y actividades comunes, pero también por un cierto grado de intimidad personal, por lazos emocionales y un compromiso moral. Es esa definición original la que puede rescatarnos y devolvernos al equilibrio con nuestro entorno, con los demás y con nosotros mismos.
Comunidades reales vs comunidades virtuales
El modelo de comunidad nos permite ser más eficientes, más creativos y también más capaces de resolver problemas, porque son más ágiles y se adaptan, decía Luis Tamayo durante su OuiShare Talk en el pacense Espacio COnvento. De acuerdo con él, hay cuatro elementos que definen a las comunidades con verdadera capacidad transformadora: el propósito, los recursos, los roles y la cultura.
El primer punto, el propósito, se refiere al porqué, a la motivación última de quienes se asocian para trabajar, producir o acceder a bienes y servicios de manera conjunta.
Los recursos engloban tanto la tecnología, el dinero, las herramientas o el espacio compartido (tangibles) como la información, los conocimientos e incluso los afectos (intangibles). Frente a la protección de las ideas, se crean plataformas que nos permiten convertirnos en creadores –el nombre de Wikipedia seguro que les es familiar.
Por otro lado, bien gestionadas las comunidades colaborativas tienen el potencial y el espíritu de dejar a sus miembros desempeñar el rol de usuarios para adoptar el papel de gestores, intervenir en la toma de decisiones e incluso, llegado el caso, repartirse los beneficios generados. Algunas plataformas ya lo han probado, como el portal de información Reddit que decidió distribuir entre sus usuarios, los verdaderos creadores de valor, el 10% de lo obtenido en su última ronda de financiación (5 millones de dólares).
La cultura de la solidaridad
Eso sí, las herramientas y la predisposición sirven de poco sin una cultura (colaborativa, claro). Hay quienes defienden que el auge de esta otra economía del compartir es solo fruto de la necesidad y que, cuando acabe la crisis, volveremos a ser los mismos de siempre. ¿Cualidad o necesidad? Para Luis Tamayo colaborar es tan natural como competir y el ser humano es tan capaz de lo peor como de lo mejor. Podemos ser lo que queramos ser. Lo que pasa es que hemos educado al máximo nuestra capacidad competitiva y ese otro motor, el de la colaboración, cuesta más ponerlo en marcha.
Y es que, aunque incipiente, la economía colaborativa está dando solo sus primeros pasos. Sacarle partido nos obligará a superar la interpretación superficial y vacía que, por el mal uso y el abuso, hemos llegado a hacer de términos tan complejos como los de solidaridad, cooperación o comunidad. O quizás es simplemente hora de decidir si queremos hacer el esfuerzo de asumir responsabilidades y ser dueños de nuestro futuro o preferimos permanecer en la despreocupación que nos ha traído a este presente de alienación.
Nunca dudes que un pequeño grupo de personas comprometidas pueda cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado. (Margaret Meade, antropóloga).
Texto e imagen: Isabel Rosa Benítez
Otros artículos relacionados:
Utilizamos cookies propias y de terceros para el análisis de la navegación de los usuarios. Si continua navegando consideramos que acepta el uso de cookies. Ok Más información