De la diosa Fortuna

El historiador José María Moreno nos cuenta el origen histórico de la lotería en España, acontecimiento tradicional que acompaña las fechas navideñas

Cuando el año se apresta a echar el cierre, una profusión de actividades se agolpan al objeto de hacernos más llevadero el tiempo evanescente. En ellas lo religioso y lo profano se anudan bajo, salvo excepciones, el falso barniz de artificiosa solidaridad de tintes berlanguianos. Más allá de villancicos y otras composiciones, lo que realmente atrae el interés de la mayor parte de los españoles es el diálogo que mantienen la mañana del 22 de diciembre los infantes de un colegio madrileño, que a modo de letanía entonan los guarismos que contienen las cuentas que forman rosarios enhiestos preñados de pocos premios y mucho desencanto. Nos estamos refiriendo a la Lotería.

Surgida en tiempos de Carlos III, este no hizo sino recoger una tradición napolitana con la que pretendía incrementar los ingresos de las arcas monárquicas. El sistema era muy sencillo, se extraían una serie de números y los que los poseían eran agraciados con un premio. Esta Lotería por Números, así llamada, celebró su primer sorteo el 10 de diciembre de 1763 y alcanzó gran predicamento, convirtiéndose en una renta real más y su gestión adjudicadas a particulares.

La primera vez que tenemos noticias de ella en Zafra es de 1772, cuando el zafrense Javier del Merín es designado por la Real Junta de Intervención, Dirección y Gobierno de la Real Lotería administrador en Zafra, Mérida y Llerena (incluidos los pueblos de sus partidos), debiendo previamente otorgar una fianza elevada. Varios años después, 1788, el ejercicio recaería en Agustín Rubio, para en los primeros compases del siglo XIX corresponder a Juan Antonio de la Hoz.

Unos y otros desempeñaron ateniéndose a la Instrucción General de dicha renta, las tarifas que estipulaban los importes que debían abonarse por los ejemplares con las jugadas y el calendario de sorteos acordado por el rey. Debían, asimismo, confeccionar una lista con las distintas jugadas y formalizar una factura con el dinero recaudado, el cual quedaba en su poder hasta que le fuera requerida su entrega; cualquier pérdida o menoscabo corría por su cuenta.

La citada Lotería que pasó a denominarse Primitiva, tras el surgimiento de la de boletos, pervivió hasta 1862. 

El Estado la recuperaría algo más de un siglo después, 1985, visto el desaforado interés de los españoles por el juego tras varias décadas de privación.

Por su parte la Lotería Moderna vio la luz de manera oficial en Cádiz en las postrimerías de 1811, al objeto de paliar la escasez de recursos con los que enfrentarse al invasor, si bien hasta el 4 de marzo de 1812 no inició su andadura.

El nombre definitivo de Lotería Nacional se establecería tras el deceso de Fernando VII. Para entonces, desde 1824, era su administrador en Zafra el vecino Jorge Pérez.

En 1860, siendo administrador Vicente Alcalde Lafuente, originario de Pinto, la Administración de Zafra es elevada de tercera a segunda categoría. Hoy son varias las administraciones con las que cuenta nuestra ciudad, fruto del arraigo que el juego estatal ha alcanzado.

De todos los sorteos que anualmente celebra la Lotería Nacional el más popular sin duda es el de Navidad, cuyo origen se remonta a 1892. Podemos decir que se ha convertido en una tradición, y eso que es el que menos premios reparte, a la que ninguno somos ajenos, pues quién no lleva una participación.

Ya que hablamos de premios, decir que es quizás el único en el que los afortunados expresan de manera pública su regocijo, pues en el resto buscan el anonimato por temor a ser víctimas de los profesionales de lo ajeno. El testimonio más antiguo con el que contamos de un zafrense bendecido por la fortuna es de 1819. Atanasio Pardo Gámez, así se llamaba, estando en Córdoba con los Granaderos Provinciales resultó premiado con 50.000 reales en la Lotería Moderna, si bien no pudo disfrutar de él en sus últimos años a tenor de la renuencia de Manuel Epalza, su cuñado, en quien había depositado el premio, a devolverle lo que era suyo.

En fin, más allá de estas consideraciones, sea cual sea el resultado que nos depare los bombos, el año que viene seguiremos jugando, pues en el fondo somos sujetos de azar, como bien constatan los personajes de Paul Auster.

José María Moreno

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