María Joaquina Rubio Vaquerizo nos ofrece esta ruta en plena dehesa del sur extremeño
El caminante se ha calzado sus botas para seguir los trazos sinuosos del camino. Paredes de piedra, testigos mudos de la historia. Mientras, la vista se pierde en el paisaje y sus contornos.
En esta ruta, denominada: Alcornocales del Valle de Matamoros he querido dar protagonismo a uno de tantos caminos patrimoniales de esta comarca del suroeste. Declarada: ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves). Allá por el año 2003, que con la intención de dar cobijo a unas 30 parejas de cigüeña negra, cayó en el olvido prácticamente, al poco tiempo de su denominación.
Es esta una zona de encinar y alcornocal de cubierta casi continua y tupida que alcanza su plenitud a la altura de Higuera de Vargas-Zahínos y se expande además por los municipios de: Jerez de los Caballeros, Villanueva del Fresno, Valle de Matamoros y Valle de Santa Ana. Ubicando este último pueblo al Centro interpretativo: Dehesas de Jerez, que cubierto de nostalgia, guarda en su interior, la temática que versa sobre la flora, fauna y recursos naturales de la ZEPA.
Comenzamos la ruta por un camino cercano a la localidad del Valle de Matamoros. Pueblo serrano de hermosas vistas, que nace a los pies de la sierra de San José, justo en su lado más meridional, y continúa bordeando la ladera de tan hermosa y densa orografía natural.
A nuestra derecha e izquierda divisamos dehesas de alcornoques y encinas. Mientras, junto a los lindes, luce la vegetación autóctona del bosque mediterráneo. Abuelo de la dehesa, que fue aclarado por el hombre, allá por la era del Paleolítico.
Coscojas, perpetuas, torviscos, aulagas y, cómo no, los denominados: Jaguarzo Prieto. Pariente más pequeño y colorido de la Jara. Por sus expresivas flores color fucsia y el helecho arbóreo. Declarados ambos de interés especial en la zona.
Nos vamos adentrando en el sendero. Cantos y reclamos nos deleitan. Son los pajarillos del alcornocal, los diminutos: Agateador común, trepador azul o curruca cabecinegra. Entre otros cuya observación es un poco complicada, al igual que la de otras aves emblemáticas típicas de este hábitat, como son los pájaros carpinteros: Pico Picapinos, Pico menor o Pito Real. Esos que te impresionan por su repique de tambor, si caminas silencioso. Es como una vibración sonora del bosque, que se grabará en tus oídos.
Casi desde el comienzo, el alcornoque solitario o formando bosquetes, asoma con sus camisas recortadas de bornizo, mostrando su porte altitud. Algunos ejemplares rondan los 300 años, estos han contemplado el paso de muchos transeúntes a lo largo de su vida. Llegamos a la finca, donde los abuelos del entorno recorrido nos saludan aún erguidos, con más de 500 años de vida. Emocionados, hacemos la típica foto para el recuerdo, posteriormente nos perdemos en las sensación e imaginación, de lo que pudo ser, un bosque mediterráneo de la muy lejana era terciaria. Etapa en la cual aseguran que apareció el alcornoque, por primera vez. Allá en las estribaciones de la actual Gibraltar. Desde entonces sufrió numerosas transformaciones y conoció varias glaciaciones. Finalmente este árbol robusto sobrevivió hasta nuestros días.
Es su piel material ignífugo y protector del fuego para la propia especie, un recurso muy apreciado por el hombre en la elaboración de tapones para buenos vinos y cavas, principalmente. Así como papel, complementos personales o materiales de construcción. Estos últimos en el aprovechamiento de la segunda saca o saca secundera del corcho. Aún no válida para tapones. Ya que, para ello habrán de pasar de 9 a 12 años desde esta. Y el árbol tendrá sobre una media de 50 a 60 años de madurez. Es además este árbol, complemento alimentario para los cerdos, que se adelanta a la encina, con tres generaciones de bellotas: Migueleñas por el mes de Septiembre, aludiendo a San Miguel, Martinencas en memoria a San Martín y las que aún se arriesgan a nacer tras la heladas del mes de Febrero. Que se denominan: Palomeras o tardías. Y si de recursos se trata. Un mes más tarde. La primavera acerca a los carboneros a la dehesa por el mes de Marzo. Para la obtención del carbón, recurso que aún sigue vivo, gracias a la hostelería y a su uso en la combustión.
Así nosotros hacemos un alto para valorar la producción de este bien natural, mediante la explicación del funcionamiento de una carbonera moderna. La cuál sustituyó, en la mayor parte de nuestra geografía al tradicional boliche. Tan vinculado a las profesiones artesanales de la dehesa por nuestros antepasados. Es esta una carbonera modesta, que a los ojos del curioso, cobra vida, para desvelar sus sencillos pero a la vez interesantes técnicas de manejo.
Afortunadamente, la industria del carbón tiene su futuro dirigido hacia las grandes braserías y establecimientos de hostelería. Así como a la venta al por menor a los supermercados y determinadas tiendas para uso particular. Esto hace resurgir la figura del carbonero y da labor al pueblo. Aunando tradición y economía. Y es aquí en la carbonera y en medio de alcornocales que termina nuestro recorrido por uno de tantos caminos de la ZEPA. No sin antes hacer un alto en el camino para dar descanso a nuestros pies y refrescar la garganta. Y si puede ser algún tentempié para el estómago siempre agradecido, pues sabe que aún queda la vuelta.
Me despido, no sin antes dar las gracias desde este lugar. Hermoso como tantos otros, que rescaté del olvido para todos ustedes.
Los locos abren, los caminos que más tarde recorren los sabios.
Carlos Dossi
María Joaquina Rubio Vaquerizo
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