Raúl Martínez es el autor del segundo relato de esta trilogía realizada por tres de los miembros del Taller de Escritura Creativa de Madreselva a propuesta temática.
Luis era un billete de 100 €. Sí, un billete, de esos verdes que la mayoría de la gente no suele llevar en la cartera. Te preguntarás si es posible ser un billete, si son seres vivos. Luis también se lo preguntaba pues, como a cualquier billete, le era imposible hablar, moverse o expresar cualquier signo de vida, por eso a menudo cavilaba sobre si habría también otros billetes o cualquier objeto vivo como él. Eso es algo que nunca supo, así de extraña es la vida de un billete.
Lo que sí notó Luis es que podía entender a las personas: comprendía lo que hablaban y podía verlos, por esa razón siempre pensó que en una vida anterior había sido humano. Así pues los días de Luis transcurrían más ligados a los seres humanos que al resto de billetes, estuviesen o no vivos. La vida de un billete es muy simple, no tiene necesidades ni puede comunicarse, así que básicamente Luis se dedicaba a observar a la gente y a pensar sobre ella.
Al principio de su vida pensó que era afortunado, no era uno de esos billetes de 5 o 10 € que van de mano en mano, que acaban sucios y medio rotos, ¡eso le producía repelús!; tampoco era un billete de 500, de los que están siempre metidos en cámaras de bancos o en cajas fuertes de ricachones, con lo que no conocen mundo ni pueden observar a los humanos, ¡qué aburrido!. Su vida como billete de 100 € era muy cómoda, solían llevarlo en suaves carteras de piel, o en sobres blancos que olían a nuevos, además lo tocaban con mucho mimo y cuidado, le hablaban cariñosamente e incluso le habían besado en más de una ocasión. Todo esto le hizo pensar que los humanos sabían que era un ser vivo, por eso él mismo decidió ponerse nombre: Luis, un nombre simple y fácil, como su propia vida.
Le costó darse cuenta de que en realidad, los humanos nada sabían de él.
Su visión de las personas empezó a cambiar cuando conoció a aquel funcionario de la policía. En varias ocasiones fue llevado a la presencia de aquel ser oscuro a quien todos temían, que miraba a los demás como si de monedas de 1 céntimo se tratasen, como si no tuviesen valor, y que solamente sonreía fríamente cuando le entregaban un buen fajo de billetes como Luis. Pero lo peor fue darse cuenta de lo que seres como aquel hacían a cambio de los billetes: intrigas que terminaban con inocentes en las cárceles, criminales que ponían en libertad, incluso se encargaban muertes a cambio de dinero.
Aquello cambió su concepto del mundo en el que vivía sumiéndolo en una profunda tristeza. Se sintió sucio y culpable por lo que hombres así podían hacer a cambio de conseguirle, pues, aún sabiendo que él no era quien ejecutaba aquellas abominaciones, era la moneda con la que pagaban.
Un día, mientras iba en una limusina, en las manos de su nuevo dueño que contaba avaramente el dinero de aquel fajo, Luis miró por la ventana y vio a una mujer que le llamó la atención. Era vieja y vestía ropa descolorida y raída. Estaba observando con pesar a un hombre harapiento sentado en la calle. Aquella mujer sacó de su bolsillo un billete de 5 €, descolorido y arrugado, y con gran ternura se acercó a aquel hombre de mirada perdida, medio tumbado en el suelo, y puso el billete en su mano mientras le sonreía.
La sinceridad y el amor de aquel gesto despertó algo hermoso en su corazón de papel, y deseó cambiar su cómoda vida por la de ese pequeño y sucio billete.
Raúl Martínez
Trilogía de la corrupción:
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