Tenía el día complicado. Muy complicado.

Sus dos hijas pequeñas, las mellizas, le habían salido con una rebeldía incontrolable, no les venía ni nada ni nadie bien. Habían tenido unas educadoras encantadoras, sólo para ellas, con los mejores métodos pedagógicos, los más punteros, los más completos ….pero no las soportaban, les hacían la vida imposible hasta que terminaban dimitiendo.

Hoy se había ido la última, después de describirle un cuadro nada halagüeño sobre sus dos pequeñas cuando aún casi no habían entrado en la pubertad.

Las asistentas que  tenía en casa más Juan Alfredo, su mayordomo personal desde que era una jovencita,   le mantenían  satisfechas todas sus necesidades derivadas de la cotidianidad que le gustaba mantener dentro de su establishment  burgués .  Aparentando una vida estable, feliz y respondiendo a todos los cánones  de familia conservadora y cristiana .

Cualquier acontecimiento que le hiciera perturbarse, la desquiciaba, le cortaba la respiración, y hoy las mellizas…..lo habían conseguido.

Ahora, inmersa en su vida laboral, en sus negocios, le tocaba lidiar con un nuevo director general. Seguro que se repetía la historia de siempre, le hubiera encantado tener a su lado a una amiga con la que comentar y entre risas, hacer una apuesta , ¡ a ver cuánto tiempo tardaba en “convencerle”!!.

 No quería perder mucho tiempo, la estaban esperando en la obra, la esperaba el arquitecto jefe y toda la plana de técnicos pendiente de continuar o no continuar con  el proyecto.

Es verdad que tenía ciertos problemas de idoneidad, es verdad que no era sostenible y es verdad que podría tener ciertos problemas contaminantes en la isla. Pero nada que no pudiera taparse con unos cuantos regalitos o engrosando carteras, como siempre.

Al entrar en el despacho del  Sr Cuestamucho,  entendió que no iba a tener grandes problemas, sólo la forma codiciosa de mirarla, de analizarla de arriba abajo decía mucho de este Sr Director General.

 Mientras le contaba lo que esperaba de su ministerio, el visto bueno de lo que tenían entre manos, él miraba su escote en lugar de mirarla a los ojos.  Ella le alargó un sobre,sin darle muchas explicaciones pero ambos sabían de lo que hablaban, él se indignó.

-Por favor Sra  García  , me insulta usted , -le había dicho muy ofendido-

-Por favor tómese su tiempo, sólo quiero una promesa para poder continuar, pero no se precipite, piénseselo Sr Cuestamucho  - le dijo ella-

No parecía que estuviera por la labor, no obstante volvió a insistir. No había puesto números en ese cheque en blanco que le había entregado. El valor lo ponía él. Pero no veía que diera pasos hacia adelante , es más ,comprendió que no era el camino. Era un hombre honrado, no quería venderse por dinero, quería mantener su integridad. Era su discurso, pero sabía que todos tenemos un precio. El problema es que ella no tenía buen día. Y sin saber cómo, terminó hablando de ella, algo que nunca se permitía , se hizo cercana, accesible y entonces fue él el que hizo la propuesta, el que hablo de precio sin decirlo, el que se vendió sin poner cantidad , porque lo que deseaba más que nada en el mundo en ese momento era  a ella y esa era su condición, sin manifestarlo pero con un acuerdo tácito.

Ella, no se planteó si le repugnaba o le agradaba, sólo sintió el placer de la batalla ganada. Aflorando una sonrisa en sus labios se reafirmó en que todos tenemos un precio.

Carmen Canseco

Trilogía de la corrupción:

•  Olga Alfonso . La tentación (1/3) 
•  Raúl Martínez. Un cuento infantil (2/3)