Mi nombre es Jenni. Tengo veintiún años, soy de un pueblecito de Valencia, y tras haber estado trabajando en una pensión durante un tiempo, tuve que buscarme la vida, puesto que, la dueña de la misma tuvo que verse obligada a cerrar sus puertas por falta de clientes. Me encuentro trabajando en la actualidad como camarera de habitaciones en el hotel Amonía, situado cerca de Santander.
Mis días de trabajo hubieran transcurrido pesados y vacíos si no fuera por las bromas que nos gastamos mutuamente Roberto y yo. Este chico vino hacía un par de meses a trabajar al hotel, pues venía recomendado por un familiar de la jefa de recepción; desde el primer momento su predisposición y buen talante se ganó el carácter un tanto arisco de la Srta. Ingrid, alemana de nacimiento pero de ascendencia francesa por parte materna.
En cuanto nos presentaron, advertí que congeniamos fenomenalmente, pues yo acababa de llegar también a ese hotel haría seis meses, después de haber perdido el trabajo anterior y dejar el hogar familiar para labrarme un futuro. Me hubiera gustado estudiar magisterio, pero la pereza a la hora de iniciar una carrera me echó para atrás, así que, para ganarme unos cuartos y disfrutar de la belleza de Cantabria, no me lo pensé dos veces cuando vi un anuncio en el periódico, donde se ofertaba este puesto de trabajo por una suplencia, para el cual, no se precisaban demasiados estudios y un nivel de experiencia no muy exigente.
Roberto y yo nos ayudábamos mutuamente, y los dos teníamos un carácter parecido, a parte éramos casi de la misma edad, él tenía dos años más que yo. Cuando tenía la menor oportunidad me gastaba bromas a cada cual más divertida…
Recuerdo un hecho que en aquellos momentos pensé que se trataba de una de esas famosas bromas suyas y que a punto estuvo de costarnos el empleo, tanto a él como a mí … Hacía menos de una semana que llegaron a instalarse al hotel un grupo de ingenieros procedentes de Vizcaya, aunque un par de ellos tenían un acento extranjero, quizá francés, pues no distingo mucho, ya que nunca tuve oído para los idiomas.
En fin, cada día me los cruzaba por el pasillo cuando me disponía a realizar las tareas de limpieza en las habitaciones que ocupaban y ellos me saludaban educadamente al salir hacia su trabajo en un pueblo donde realizaban unas prospecciones.
Aquél día, al poco tiempo de empezar a recadar por aquí y por allá, sonó una llamada al teléfono de la habitación, al principio ni pensé en cogerlo, pero luego se me vino a la cabeza una broma de Roberto de esas últimas que me hizo, sonriéndome para mis adentros me dije ya está el guasón con ganas de juerga así que de un golpe descolgué el auricular esperando a ver qué se le ocurría esta vez a mi amigo Roberto.
Al otro lado del teléfono escuché una voz peculiar, con un acento parecido al francés y con una ligera voz femenina, por supuesto, me creí que se trataba de Roberto, pues sabía idiomas e imitaba muy bien tanto voces de hombres como de mujeres…
No tengo ni idea de lo que me preguntaba, pero yo me puse cómoda y me desparramé encima de la cama, hablándole supuestamente a él con una voz sensual, aterciopelada
- Sí, no te retrases, estoy esperándote cariño, muy bien, muy bien, háblame así en ese idioma y yo intentaré seguirte el rollo….
La voz al otro lado del teléfono, notaba como se sobresaltaba de una manera extraña y eso me gustaba, me provocaba aún más…
- ¿ Me pongo la ropa interior que tanto te gusta? ¿Eso me dices?
Mi voz sonaba aún más aterciopelada, con un tono pícaro le dije que no se retrasara, que le tenía una sorpresa preparada. Fue entonces cuando la voz al otro lado del teléfono se encendió, y justo en ese momento descubrí que no podía tratarse de Roberto, puesto que escuché el llanto de un bebé y la voz intentando calmarlo.
Yo no sé qué me decía, algo así como “ compra pan”, y la verdad yo no sé por qué quería que le comprara pan…¿ no le gustaría acaso el pan del hotel?, pensé que se trataba de una clienta que por un error en la centralita la habían derivado a aquella habitación en lugar del restaurante, donde se suponía que querría haber contactado. Aquello era de traca, esa señora cada vez estaba más excitada, yo intentaba balbucear algunas palabras…
- Pan, ¿tú, comprar pan?
La clienta no me dejaba articular palabra y vociferaba, pero ya me empezaba a faltar el respeto, pues me espetó un Tia …
- ¿Cómo? Eso no se lo permito, ¿que Ud. me diga tía?, acabáramos, ¡¡lo que me faltaba!! ¡¡ Qué maneras son esas!, yo de pueblo pero educada ¿eh señora?
Claro, más tarde me aclararon que Tía (escrito en francés Tu as) significaba otra cosa….
Ante tal desparrame de palabras incongruentes y viendo que me faltaba el respeto, solté el auricular dejando a esa mujer como una cotorra alocada, y yo sin comprender nada, prendí mi telefóno walki-talki para contactar con la jefa de recepción, a la cual, le expliqué de un modo un tanto acelerado lo que me estaba ocurriendo, que por favor subiera y hablara con ella, pues me estaba insultando sin motivo alguno.
Se personó a los dos minutos y la sra. del teléfono seguía allí incansable, dando alaridos. La jefa tomó el auricular y delante de mí ponía unas caras un tanto extrañas, yo la escuchaba cómo hablaba con ella, diciéndoles “coman”, o algo así, yo me me figuraba que se refería a que fueran comiendo mientras el restaurante les proveía del pan que antes ella me pedía…
Advertía que la jefa se acaloraba por momentos y me echaba una mirada inquisidora, fue entonces cuando apartó su cara del auricular y me espetó que buena se había liado, que esa sra. era la esposa de uno de los profesionales allí alojados y qué hacía yo contestándole desde su habitación con esa voz tan sensual. Me puse roja como un tomate, no sabía dónde meterme…¿cómo podría ser? me pregunté.
Ingrid intentó explicarle la situación, excusándose, inventándose que la llamada se había transferido a la habitación equivocada por error, y que la interlocutora era otra clienta del hotel. Yo esperé impaciente que finalizara la conversación, notaba cómo los nervios se apoderaban de mí, pues me esperaba una buena reprimenda y con toda la razón. Tras unos minutos, la jefa me comentó que bajara pues me debía comentar el asunto personalmente en su despacho.
Mi primer impulso fue bajar y soltarle a Roberto mi enfado colosal, pues me jugaba el puesto, debido a su broma de mal gusto.
Cuando me acerqué al mostrador, allí se encontraba atendiendo a nuevo personal que se alojaría en el hotel; nada más terminar, le espeté mi disgusto ante tal broma.
- Tu broma no me ha hecho nada de gracia…. ¿ cómo? Si hubieras escuchado a esa mujer cómo vociferaba, no la entendía ni lo más mínimo, pensando que eras tú desde un principio y yo allí haciendo como que te seguía el juego, ¡¡oh Dios!! Y para colmo me llevaré una reprimenda por parte de Ingrid.
Mientras yo le explicaba, Roberto se reía de la situación, para después hacerme ver que todo había sido una confusión, un despiste por su parte y como siempre, me hizo reír, aunque yo estaba nerviosa aún por lo que me vendría encima, pero intentó calmarme diciendo que él asumiría su fallo y hablaría con la jefa para que no me repercutiera negativamente. Juntos nos reimos de lo ocurrido en la habitación, de cómo esa señora se comportaba y de la forma que yo me metí en ese juego de conversación, y mis malentendidos a la hora de suponer que me insultaba. La situación fue resuelta con la jefa, yo que pensaba que no nos entendería, y sobre todo Roberto, como todo un caballero, se hizo responsable de tal error, de tal forma que no me supusiera una mancha en mi curriculum. Aunque al día siguiente, sucedió un imprevisto muy desagradable para con Roberto; según me contó más tarde la jefa le llamó a su despacho para que le explicara nuevamente los hechos ya que el cliente del hotel le acusaba de haber roto su matrimonio a causa de ese percance en la habitación del hotel.
Roberto tuvo que asumir una amonestación que le fue impuesta por el departamento de personal; a partir de ahí las bromas no se volvieron a suceder.
Claudia Vázquez
Las otras piezas del puzzle
2 Roberto
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