Estebanillo González (2 y final)

 

Hay que decir que Gerónimo de Bran y Andrés de la Vega fueron figuras reales de su tiempo, pero no aparecen en la novela original (se ha especulado que uno de los dos pudiera ser el autor de la obra). La decisión de incorporarlos a la versión teatral como hilo conductor de la misma corresponde sólo a Agustín Iglesias. Ambos personajes acometen la construcción de la historia asumiendo entre los dos unos quince papeles distintos. El actor Jesús Peña interpreta a Estebanillo González haciendo de él un bufón impenitente, cínico, caótico, capaz de mantener al público pegado a la silla sin soltarlo ni un segundo. Rubén Arcas da vida al engolado, vacuo y fanfarrón Gerónimo de Bran, que a su vez recrea las figuras de varios personajes de la época, altos dignatarios como Octavio Piccolomini o bien altos mandos del ejército de los Habsburgo. En todos ellos está perfecto en su dicción y tronchante en sus gestos. Raúl Rodríguez hace de Gabriel de la Vega, mucho más oscuro, peligroso y lleno de recámara. A este último corresponde recrear otras figuras a menudo tan oscuras e inquietantes como el propio escribano. Por su parte, el actor dispone de voces y registros tan variados que llega a transfigurarse en cada papel, desde el taimado posadero alemán hasta el depravado e hilarante Fernando de Austria. Divertidísimos los tres. También bastante infames sus personajes.

Todos los personajes de la obra son, en efecto, malvados, miserables y traidores. Cualquier vileza se queda corta para ellos: el militar pomposo y ridículo, el criado rastrero, el clérigo promiscuo y degenerado, la violencia y el abuso como moneda de cambio; nada es suficiente para estos individuos, expertos en corruptelas idénticas a las actuales. Agenciarse el dinero ajeno, dejar dormir al raso y pasar hambre a los tercios del ejército imperial son sus especialidades. También espiar a sus superiores formando por tanto parte de las cloacas de los estados de su propia época. ¿Es Estebanillo González mejor que todos ellos? ¿Sería capaz de vender a su propia madre por una jarra de vino? Respecto a esto pienso que el montaje deja espacio suficiente para la ambigüedad. Nuestro antihéroe no ha cometido ningún asesinato ni lo vemos tampoco engañar a alguien inocente, bondadoso o más débil que él -cosa que sí sucede en la novela-, aunque quizá sus maldades apunten sólo menos alto porque su cuna es más baja. Está claro que desprecia la dignidad, es cobarde hasta el tuétano y se ufana de su cobardía; por una bolsa de monedas permite que le lluevan los sopapos de sus adversarios y poco le falta para dejarse castrar en un ritual de humillación que él acepta con tal de seguir medrando en este mundo en el que pocos se salvan. Ladrón de vivos y también de muertos, Estebanillo entra en las villas arrasadas por el enemigo y despoja a los cadáveres de lo poco que aún conservan, ni a los muertos deja en paz. Timador impenitente, tal vez hoy sea tu amigo, tu camarada, y te adule hasta el delirio si así le conviene. Quizá mañana te hunda si le aprovecha.

¿Caemos acaso en el error de juzgarlo y condenarlo desde nuestros valores de clase media del siglo XXI? ¿Es tan sólo un superviviente? ¿Dónde está la ética de quien ha nacido sin nada y nada tiene? Estebanillo carece de principios; desea ascender en la escala social, es cierto, pero lo que más ansía es hartarse de vino y buenas viandas, viajar de una punta a otra de Europa, devorar el mundo a dentelladas y apurar hasta el fondo la copa de la vida. Para conseguirlo hará lo que deba hacer. Su naturaleza pragmática es implacable: es estúpido ser digno con quienes te superan en talla y sobre todo en poder y dinero. 

 

 

A estos últimos es mejor arrimarse; a los poderosos hay que darles coba, engatusarlos y sacar de ellos todo el provecho posible. En medio de un mundo hecho añicos, nuestro protagonista no quiere morir y por eso jamás se avergonzará de ser cobarde en la batalla. Hay algo conmovedor en su enérgico anhelo de ver salir el sol un día más.

De todos esos seres canallas que hormiguean por la obra, Estebanillo González es quien menos se miente a sí mismo, el único que no se da aires de grandeza ni finge ser quien no es. Así, su desapego le permite observar con claridad la vileza que se oculta tras los oropeles del poder. Nuestro héroe es chusma, por no tener no tiene ni pudor. Pero por eso su mirada es otra, puede mostrar la realidad que los demás ni por asomo se atreverían a contar. Y también puede burlarse de la honra, ese ideal forjado a fuego lento durante siglos sobre el que descansa el entramado feudal con todas sus infamias. En un mundo de machos alfa, su cobardía es una mofa hacia el militarismo de su época, de cualquier época en mi opinión. Por eso, como antes he dicho, aunque el personaje sea un cínico redomado, no lo es la propuesta dramática de su director, rebosante de crítica social. En esa lucha entre personajes por imponer la versión del relato, sólo nuestro protagonista es creíble. Quizás también por una razón parecida, por su humor, por revelar la realidad a través de la parodia, merezca Estebanillo sólo un breve purgatorio.

Hay un último aspecto del personaje que se convierte en hilo conductor de toda la obra: nuestro pícaro se ríe de todo y de todos, pero sobre todo se ríe de sí mismo. Y nos hace reír a la vez que se complace con nuestras carcajadas. Es el perfecto bufón.

El espléndido clown que ha sido durante tantos años Jesús Peña busca con avidez la mirada y el regocijo del espectador, lo retiene y lo hace crecer con verdadero placer. Con esa cualidad no sólo consigue hacer suyo al público sino también darle a Estebanillo González, solado y bufón una nueva dimensión y un valor singular. Tanto él como los otros dos actores, hilarantes por igual, así como Agustín Iglesias, con su irreverente sentido del humor, nos han concedido el inigualable regalo de la risa, señal inequívoca del deseo de vivir. Somos legión quienes pensamos que quizá el gozo de la risa sea una de las pocas cosas capaces de salvar un mundo devastado.

 

María Rosario Osorio

 

 

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